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UNA TAREA DIFÍCIL DE ENCONTRAR: ENCONTRAR UN LUGAR SEGURO DONDE PUEDA FILTRAR Y REDUCIR LA SOBRECARGA SENSORIAL

Vivir en Buenos Aires, Argentina, es una constante sobrecarga sensorial para mí. El bullicio constante, los ruidos del tráfico, las luces intensas, la multitud de las personas y ese olor a orín y a humedad que hay en varias partes. "Huele a Buenos Aires", digo sarcásticamente cada vez que percibo esos olores. La ciudad está llena de contrastes, desde la arquitectura hasta la diversidad cultural. Sin embargo, para alguien como yo, el constante flujo de estímulos puede resultar extremadamente agobiante.


Quiero contarles que durante mis 26 años de vida, nunca me he sentido seguro. La ansiedad es mi sombra constante que se cierne sobre mí, envolviéndome en un manto de dolor que nunca desaparece. Siempre lo ignoro, pero siempre sigue ahí, sintiéndolo. Muchas veces, cuando me siento al borde del abismo, he tenido que refugiarme en baños públicos para tratar de "volver" a la realidad. Me siento abrumado, siento un dolor tan intenso que debo esconderme. Muchas veces necesito hacer mis stimming más brusco o golpearme el pecho, pero no puedo hacerlo en lugares donde me vean, así que debo ser discreto. Sé que si no las hago, podría quedar en un estado de crisis, lo que me genera otras dificultades extras que hacen que sea más difícil volver y que hacen que sea aún más doloroso y agobiante para mí.


Los espacios públicos, como los baños, solían ser mi refugio para buscar algo de calma. Por lo general, cuando tengo que viajar suelo llegar un poco antes, porque necesito disimular mi cara de pánico o esa mirada a la nada. Así que si hay un McDonald's, Starbucks, un bar o un centro comercial, voy al baño para esconderme y hacer mis stimming. Pero incluso aquí la sensación de desorientación y amenaza me acecha. Últimamente me he encontrado en situaciones muy incómodas. Les escribiré un ejemplo: 


Al entrar, mi única intención es hacer una pausa a tanta estimulación. Entro al baño y percibo cierta tensión entre las personas que ya están en los pasillos donde están los mingitorios. Muchas veces caminan, van y vienen, y se quedan. Se miran y se quedan mirándote. Es muy incómodo. Entonces sigo de largo para ir a los cubículos y la energía que se percibe en el ambiente es tan densa que pareciera que me va a bajar la presión. Siempre se están tocando sus partes íntimas en los mingitorios, con sus penes erectos y ni siquiera puedo sentarme en un inodoro sin que estiren sus brazos y manos para tocarme por debajo de los costados de los cubículos, o te quieran forzar la puerta, para insistirte en que te dejes tocar. Ya me pasó esto en varias oportunidades y no supe qué hacer. Sólo me paralicé porque fue algo inesperado. Antes, años atrás, era muy común recibir estas conductas de personas mayores, con sus miradas al acecho, esperando la mínima oportunidad de saciar sus más perversas necesidades sin importar cuántos años tengas; pero ahora es en su gran totalidad, lo que lo hace más penoso y preocupante en cómo estamos como sociedad. Y quizás, digan "Qué exagerado", pero si ésto le pasara a tu hermano menor, sobrino o hijo? ¿Qué pasaría si tu hermanito menor o tu hijo entrara en un baño y un señor lo violara o le obligase hacer algo? Encerio, están esperándote en el baño y hay una gran obsesión con los niños/o personas "jóvenes". No hay límites.

Encontrar un lugar seguro donde pueda filtrar y reducir la sobrecarga sensorial ha sido una tarea difícil para mí. Lo sigue siendo. Me siento constantemente acosado y eso me obliga a enfrentar mis días con tristeza y ansiedad. Me avergüenza admitirlo, pero desde muy chico fui víctima de acoso sexual, y me costó entender que lo que me estaban haciendo estaba mal. Como resultado, he cometido acciones de las que me arrepiento. Me resultó difícil distinguir lo correcto de lo incorrecto, y simplemente imitaba lo que veía a mi alrededor. Ahora, a los 26 años, sé que lo que me sucedió estaba mal, pero todavía me pregunto "¿por qué siguen sucediendo estas cosas?" 

Cuando veo a un niño entrando solo a un baño, inmediatamente siento pánico y la necesidad de protegerlo, porque nadie me protegió cuando yo fui víctima de abusos. Me embarga la vergüenza y la culpa, pero necesitaba compartirlo con alguien que pudiera entenderme sin juzgarme ni minimizar lo que viví. Por ahora, busco usar los baños para discapacitados, ya que son más espaciosos y parecen más silenciosos, aunque lamentablemente también me he encontrado con personas teniendo sexo dentro. A pesar de esto, al menos no de forma tan repetitiva como en los baños convencionales.
                                                –Miguel Quintana.
                            

                         ¡Un abrazo! 

                  Y hasta la próxima! 


 

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